Historia
24 noviembre 2025
Modelo Naciones Unidas ANEP 2025: cuando la diplomacia se aprende haciendo
El pasado 15 y 16 de noviembre celebramos el Modelo Naciones Unidas ANEP 2025 en la Intendencia de Montevideo. Más de 400 estudiantes de la educación media de todo el país se reunieron para recrear, con rigor y entusiasmo, el funcionamiento de los principales órganos de la ONU. Para quienes trabajamos desde Naciones Unidas en Uruguay, en alianza con la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), fue mucho más que un evento: fue una escena viva del multilateralismo en acción, y constituyó un hito clave en la serie de eventos que realizamos por los 80 años de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El Modelo no empezó el día de la apertura, comenzó meses atrás, cuando se convocó y seleccionó a los participantes y sus referentes docentes. Fueron 16 estudiantes por departamento, ocho pertenencientes a la Dirección General de Secundaria y ocho a la Dirección General de Educación Técnica Profesional (UTU). También participaron delegaciones del Liceo Militar y la Escuela Naval. Así, el Modelo tomaba una forma inédita, tanto por la cantidad de convocados como por extensión territorial exhaustiva.
Una vez seleccionados, comenzaron las capacitaciones a cargo de Naciones Unidas. Fueron meses de reuniones, talleres, materiales y encuentros virtuales que prepararon a delegaciones y mesas para algo que no admite improvisación: debatir con respeto, negociar con evidencia, construir acuerdos que resistan preguntas y que se puedan llevar al papel. Ese trabajo previo se notó en cada sala; en la seguridad con la que se pedía la palabra, en la claridad de los discursos, en la disciplina para cumplir tiempos, y en la serenidad con que se sostuvieron los disensos.
Cuatro organismos dieron cuerpo a la experiencia: la Asamblea General y el Consejo de Derechos Humanos ordenaron su labor con debates generales y particulares, habilitando mociones e interpelaciones que encauzaron la conversación. El Consejo de Seguridad operó sin mociones, exigiendo negociación fina, comprensión del veto y foco en salidas operativas. La Cumbre de Embajadores funcionó como brújula política, alineando prioridades y facilitando el diálogo entre órganos. Fue, en definitiva, una orquesta con distintos timbres y un mismo propósito: aprender haciendo.Los temas estuvieron a la altura de los desafíos de nuestro tiempo. En Asamblea General, la conversación sobre inteligencia artificial y educación puso sobre la mesa las barreras de acceso, la equidad y la inclusión; y el debate sobre salud mental en contextos postpandemia cruzó datos, derechos y el rol de las políticas públicas.
En el Consejo de Derechos Humanos, el aterrizaje en derechos digitales de niñas, niños y adolescentes obligó a pensar protección, participación y privacidad en serio, mientras que la discusión sobre justicia climática permitió visibilizar impactos desproporcionados en mujeres, jóvenes y minorías, reconociendo el medioambiente sano como derecho humano universal.
En el Consejo de Seguridad, dos conversaciones urgentes: la prevención del extremismo violento entre jóvenes —con la educación, la inclusión y las redes sociales como ejes— y la relación entre cambio climático y seguridad alimentaria, con tensiones por el acceso a recursos básicos.
Mientras, los embajadores en su Cumbre debatieron durante los dos días sobre la Agenda 2030 y los desafíos del multilateralismo, en el marco de los 80 años de la ONU.
Pero el valor del Modelo no estuvo solo en los temas. Estuvo en el método. Los debates moderados y no moderados dejaron ver cómo los borradores se convertían en anteproyectos, cómo las enmiendas mejoraban textos y cómo el procedimiento —a veces exigente, siempre necesario— ayuda a que la política (también la estudiantil) sea mejor política. Se negoció con convicción, se cedió cuando correspondía, se defendió con firmeza cuando hacía falta. Hubo momentos de silencio productivo, de búsqueda de la palabra justa, de números que aclararon malentendidos, de puntos y comas que ordenaron decisiones. La diplomacia se volvió palpable.Nada de esto habría sido posible sin un entramado de alianzas. ANEP fue nuestra contraparte estratégica y coorganizadora; su Dirección de Relaciones Internacionales y Cooperación sostuvo el despliegue institucional y la logística. Acompañaron equipos de la educación pública, autoridades, evaluadoras y evaluadores, y un voluntariado que hizo que cada sala funcionara. Nuestra gratitud se extiende a las mesas de cada órgano por su conducción procedimental y, sobre todo, a las y los estudiantes, protagonistas de una experiencia que exige cabeza fría, respeto por las reglas y trabajo en equipo.
Por alcance nacional, por articulación con la administración pública y por el tratamiento de una agenda global con impacto local, este Modelo se proyecta como inédito en Uruguay y ejemplar en la región. Así lo marca el efecto de ver a cientos de jóvenes practicar ciudadanía democrática, comprender que del otro lado del micrófono hay alguien que piensa distinto, y descubrir que el acuerdo —cuando llega— es fruto de la paciencia, la evidencia y la escucha.Desde Naciones Unidas en Uruguay seguiremos impulsando estos espacios.
El Modelo no empezó el día de la apertura, comenzó meses atrás, cuando se convocó y seleccionó a los participantes y sus referentes docentes. Fueron 16 estudiantes por departamento, ocho pertenencientes a la Dirección General de Secundaria y ocho a la Dirección General de Educación Técnica Profesional (UTU). También participaron delegaciones del Liceo Militar y la Escuela Naval. Así, el Modelo tomaba una forma inédita, tanto por la cantidad de convocados como por extensión territorial exhaustiva.
Una vez seleccionados, comenzaron las capacitaciones a cargo de Naciones Unidas. Fueron meses de reuniones, talleres, materiales y encuentros virtuales que prepararon a delegaciones y mesas para algo que no admite improvisación: debatir con respeto, negociar con evidencia, construir acuerdos que resistan preguntas y que se puedan llevar al papel. Ese trabajo previo se notó en cada sala; en la seguridad con la que se pedía la palabra, en la claridad de los discursos, en la disciplina para cumplir tiempos, y en la serenidad con que se sostuvieron los disensos.
Cuatro organismos dieron cuerpo a la experiencia: la Asamblea General y el Consejo de Derechos Humanos ordenaron su labor con debates generales y particulares, habilitando mociones e interpelaciones que encauzaron la conversación. El Consejo de Seguridad operó sin mociones, exigiendo negociación fina, comprensión del veto y foco en salidas operativas. La Cumbre de Embajadores funcionó como brújula política, alineando prioridades y facilitando el diálogo entre órganos. Fue, en definitiva, una orquesta con distintos timbres y un mismo propósito: aprender haciendo.Los temas estuvieron a la altura de los desafíos de nuestro tiempo. En Asamblea General, la conversación sobre inteligencia artificial y educación puso sobre la mesa las barreras de acceso, la equidad y la inclusión; y el debate sobre salud mental en contextos postpandemia cruzó datos, derechos y el rol de las políticas públicas.
En el Consejo de Derechos Humanos, el aterrizaje en derechos digitales de niñas, niños y adolescentes obligó a pensar protección, participación y privacidad en serio, mientras que la discusión sobre justicia climática permitió visibilizar impactos desproporcionados en mujeres, jóvenes y minorías, reconociendo el medioambiente sano como derecho humano universal.
En el Consejo de Seguridad, dos conversaciones urgentes: la prevención del extremismo violento entre jóvenes —con la educación, la inclusión y las redes sociales como ejes— y la relación entre cambio climático y seguridad alimentaria, con tensiones por el acceso a recursos básicos.
Mientras, los embajadores en su Cumbre debatieron durante los dos días sobre la Agenda 2030 y los desafíos del multilateralismo, en el marco de los 80 años de la ONU.
Pero el valor del Modelo no estuvo solo en los temas. Estuvo en el método. Los debates moderados y no moderados dejaron ver cómo los borradores se convertían en anteproyectos, cómo las enmiendas mejoraban textos y cómo el procedimiento —a veces exigente, siempre necesario— ayuda a que la política (también la estudiantil) sea mejor política. Se negoció con convicción, se cedió cuando correspondía, se defendió con firmeza cuando hacía falta. Hubo momentos de silencio productivo, de búsqueda de la palabra justa, de números que aclararon malentendidos, de puntos y comas que ordenaron decisiones. La diplomacia se volvió palpable.Nada de esto habría sido posible sin un entramado de alianzas. ANEP fue nuestra contraparte estratégica y coorganizadora; su Dirección de Relaciones Internacionales y Cooperación sostuvo el despliegue institucional y la logística. Acompañaron equipos de la educación pública, autoridades, evaluadoras y evaluadores, y un voluntariado que hizo que cada sala funcionara. Nuestra gratitud se extiende a las mesas de cada órgano por su conducción procedimental y, sobre todo, a las y los estudiantes, protagonistas de una experiencia que exige cabeza fría, respeto por las reglas y trabajo en equipo.
Por alcance nacional, por articulación con la administración pública y por el tratamiento de una agenda global con impacto local, este Modelo se proyecta como inédito en Uruguay y ejemplar en la región. Así lo marca el efecto de ver a cientos de jóvenes practicar ciudadanía democrática, comprender que del otro lado del micrófono hay alguien que piensa distinto, y descubrir que el acuerdo —cuando llega— es fruto de la paciencia, la evidencia y la escucha.Desde Naciones Unidas en Uruguay seguiremos impulsando estos espacios.