Productores familiares de Uruguay: su unión es una fuerza
El cooperativismo agrario, aliado clave para una producción resiliente
Una productora y un productor familiares uruguayos relatan cómo continúan produciendo a pesar de las limitaciones y precauciones que impone la crisis por COVID19 y cómo la ayuda mutua en la que se basan los principios cooperativos con los que trabajan les permiten ser aliados clave para la FAO en Uruguay, en el camino hacia una producción cada día más sostenible.
El 13 de marzo, el gobierno de Uruguay declaró la emergencia sanitaria en el país. Esto supuso el cierre de escuelas, de comercios no alimentarios, de centros comerciales y otros espacios públicos en los que se podían generar aglomeraciones y una encarecida recomendación de “quedarse en casa”, siempre que fuera posible.
Muchísima gente pasó a teletrabajar. Pero la producción de alimentos no podía detenerse en ese país que no solamente produce alimentos para sus habitantes, sino que también vive de alimentar al mundo: el 80% de sus exportaciones son agroindustriales.
A pesar del carácter voluntario de la gran mayoría de las medidas de prevención sanitaria que se tomaron, del lento retorno a otra forma de normalidad y de los resultados hasta ahora alentadores, la situación económica de Uruguay también es preocupante: más de 200 mil trabajadores cobraron algún tipo de subsidio por seguro de paro, de acuerdo a las flexibilizaciones establecidas para responder a la situación.
La industria manufacturera, transportes y almacenamiento y el comercio por mayor y menor están entre los sectores más afectados, pero el turismo y la gastronomía, también vinculados al sector agropecuario no están en resto.
“Siguiendo las recomendaciones de la FAO, nos hemos comprometido a garantizar que los productores sigan trabajando y que los suministros de alimentos lleguen a la población, porque es nuestra parte en esta pandemia, en esta emergencia mundial”, dice Stefanía Silveyra, 24 años.
Stefanía es productora lechera en un tambo familiar en tierras arrendadas al Instituto Nacional de Colonización de su país desde hace 30 años. Además de socia de la Cooperativa Nacional de Productores Lecheros (CONAPROLE), la mayor empresa productora y exportadora de lácteos de Uruguay, integra la directiva de Cooperativas Agrarias Federadas (CAF) y es licenciada en Relaciones Laborales.
La federación de cooperativas agropecuarias trabaja con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en un proyecto global en el que Uruguay representa las zonas de pastizales de las Américas. Esa iniciativa busca evaluar y establecer criterios comunes para monitorear el estado de ese recurso esencial para la alimentación y la biodiversidad del planeta.
Esos pastizales, que en Uruguay también son llamados campo natural, ocupan el 60% del territorio y son el principal alimento para el ganado de los productores de carne y leche en el país y constituyen además un sello de calidad para su producción.
Otro joven directivo de CAF, David Pacheco, explica que, en el establecimiento ganadero de su familia, los pastizales representan “el 95% del área”. A sus 26 años, es estudiante de Agronomía a punto de recibirse, aunque la pandemia demoró la entrega de su tesis y lo devolvió al campo, donde participa del esfuerzo colectivo. Él integra otra cooperativa agropecuaria de Uruguay: El Fogón.
“Todas las redes de cooperativas y el cooperativismo en general están muy comprometidos” con la producción sostenible de alimentos, “siendo solidarios, produciendo alimentos de forma responsable, no solo para el hoy, sino para el mañana”, asegura Pacheco.
Los cooperativistas agrarios de Uruguay, expresa, están “tomando todos los recaudos y las medidas necesarias para evitar cualquier tipo de contagio y también siendo responsables con lo que nos piden las autoridades de nuestro país”.
Proyectos en Uruguay como el proyecto Pastizales encuentran en el cooperativismo agrario un apoyo clave; tiene más de un siglo en el país y su fortaleza organizacional asegura la subsistencia de los pequeños y medianos productores rurales y sus familias en un país poco poblado y relativamente pequeño.
Esfuerzos coordinados
Uruguay avanza ahora en una “nueva normalidad”, según palabras de su presidente, Luis Lacalle Pou.
Con 3,5 millones de habitantes, Uruguay parece hasta ahora estar logrando controlar la pandemia bajo, con una baja proporción de fallecidos e infectados.
Sin embargo, la situación es precaria y es clave evitar que la crisis sanitaria se convierta en una crisis alimentaria por lo que hace falta estar alertas e identificar a tiempo las señales de alarma en el sistema alimentario. El país, además, sufre una sequía que afecta la producción agropecuaria.
“He visto de primera mano cómo se ha trabajado en garantizar que la producción continúe y que continúe toda la cadena, más allá del predio, de la cooperativa, sino que los alimentos lleguen a la población y lleguen adecuadamente”, asegura Stefanía.
En el marco de la pandemia, “hemos trabajado en protocolos a lo largo de toda la cadena, para garantizar que todos continuemos, no solo en la recepción de los productos, sino también en el transporte”, agrega.
El cooperativismo agrario implica poner en común esfuerzos y beneficios, consolidar el poder de compra para reducir costos en la adquisición de insumos o servicios, por ejemplo.
El Gobierno anunció un acuerdo de precios con los comercios para intentar controlar el fuerte aumento que se dio y, en complemento, la FAO apoya los esfuerzos de las autoridades para contar con herramientas que permitan monitorear los montos de venta de los comestibles incluidos en las transferencias que realiza el Gobierno a los más vulnerables y en el seguimiento de la calidad de la alimentación que se facilita a través de transferencias condicionadas.
En cuanto a los productores organizados y solidarios, además de no haber dejado nunca de trabajar a pesar del temor a la pandemia, hicieron donaciones a las centenas de ollas populares que aparecieron en Uruguay para apoyar a las personas afectadas por la crisis.
El asociativismo le da a los pequeños y medianos productores poder de venta, ya que juntos pueden conformar volúmenes importantes, y poder de negociación para obtener mejores márgenes. A su vez, pueden reinvertir sus ganancias en sus sistemas de producción.
Además, las cooperativas agrarias adquieren el peso suficiente para generar estrategias de incidencia en políticas, se rigen por la corresponsabilidad y sus integrantes cooperan en lugar de competir.
Todas estas fortalezas son más garantías para que los productores familiares de Uruguay puedan continuar apoyando e inspirando al mundo en la contención de la crisis alimentaria que se perfila. En ese mismo sentido pero a nivel regional, el Gobierno de Uruguay fomenta la coordinación y complementariedad del mercado de alimentos.
David lo tiene claro: “La realidad por la que pasamos hoy, depende al 100% de nuestro trabajo en conjunto, tal cual nos ha enseñado el cooperativismo. Realmente es importante ser solidarios y ser conscientes de eso. No solo estamos buscando el alimento para el día de hoy, sino también alimentando sueños hacia el futuro”. Y eso es válido para todos.
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